El espacio pedagógico no es ajeno al avance tecnológico ni a los contenidos que buscan nuestra permanente disponibilidad como usuarios de las plataformas digitales. En esta nota, repasamos el concepto de “economía de la atención” y cómo se vincula con el aula.
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“Lo que la información consume es bastante obvio:
consume la atención de sus destinatarios.
Por lo tanto, una gran cantidad de información
crea una carencia de atención”.
Herbert A. Simon
¿Qué uso cotidiano hacemos de los medios digitales? ¿Cómo se integran en nuestras prácticas educativas?
Imágenes, canciones, series y programas de televisión, cualquiera de estos recursos de entretenimiento, son un “imán” o un señuelo para llamar nuestra atención, la cual, frente a este ataque mediático, se convierte en un bien escaso, altamente buscado.
En un mundo plagado de incentivos y de estímulos digitales, de sobreoferta de contenidos mediáticos, en donde la velocidad con la que corren las noticias y los acontecimientos es mayor o igual a la cantidad de sucesos, o en donde la viralidad y la popularidad son efímeras y cambiantes, con información constante y abundante; es difícil no dejar escapar nuestra atención: concentrarnos en algo específico resulta un desafío.
La economía de la atención es una perspectiva de estudio de los medios de comunicación que piensa a la atención humana como un bien escaso. Herbert Simon, economista, politólogo y teórico de las ciencias sociales norteamericano, ganador del Premio Nobel de Economía en 1978, es a quien se le atribuye esta idea y quien investigó el impacto de la sobrecarga de información desde una perspectiva económica, lo que provocó un giro en el negocio de los medios.
La teoría del especialista, que creía que una riqueza de información generaba una “pobreza de atención”, continua vigente con el modelo de negocios que sostienen plataformas digitales tales como Google o Facebook, que capitalizan nuestra atención y recolectan datos masivos para, luego, mercantilizarlos.
¿La atención es selectiva? Como usuarios, ¿somos conscientes de aquello que atendemos? ¿Qué hacen las grandes empresas y plataformas digitales para lograr mantenernos conectados y atraer nuestra atención?
Si un servicio es gratuito, es porque el usuario es el producto. Así lo explica Yves Citton, profesor de Literatura en la Universidad de París VIII. Entonces, ¿cuál es el negocio de estos espacios virtuales corporativos? El registro de nuestros datos, información de visualizaciones, modos de uso, gustos, intereses. Interacciones que, algorítmicamente, permiten construir perfiles de consumidores que luego son comercializados a empresas que tratarán de vendernos algún producto o servicio.
“La atención constituye el último baluarte de nuestra subjetividad, acechada por la lógica del mercado”, sostiene Ariel Benasayag, autor del módulo Laboratorio III: Apps para la enseñanza, de la Especialización Docente de Nivel Superior en Educación y Medios Digitales. Lo único que estas plataformas necesitan para lograr este objetivo es nuestro tiempo. Nuestro tiempo en redes sociales, en espacios digitales. Las interacciones, los likes (o “Me gusta”) y los scrolls permanentes son todo lo que les hace falta.
La mutación del régimen de atención al aula
El aula, tal y como fue organizada y concebida hace muchos años, cambió. Como señala Ines Dussel, este espacio pedagógico, que planteaba una disposición centrada en el frente con un punto de atención en la figura adulta y en una tecnología visual como la pizarra, supone una redefinición, provocada por la proliferación de las computadoras y de las netbooks como artefactos tecnológicos permanentes, con sus pantallas individuales y su conexión en red, lo que hace difícil sostener la enseñanza frontal, simultánea y homogénea, en un contexto de tecnologías que proponen una fragmentación de la atención y recorridos más individualizados según el usuario.
“Los regímenes visuales son configuraciones que contienen elementos políticos, epistemológicos, estéticos, éticos, y que suponen una pedagogía: se enseña y se aprende a ser espectador. Asimismo, las tecnologías de cada época definen modos particulares de atención”, explica Benasayag. “No es la misma atención en un cine, de manera frontal y colectiva, que la atención ubicua e individual de los dispositivos móviles”, ejemplifica.
La multiplicación de las pantallas portátiles individuales conectadas a internet redefine no solo el espacio y el tiempo del aula, sino también las relaciones de poder, saber y comunicación que se sostienen desde hace siglos. El autor del módulo enfatiza: “La atención frontal colectiva, centrada en el docente y en la pizarra, se fragmenta en modos de atención individuales, a la vez erráticos, interrumpidos y compulsivos. Esto es evidente en muchos estudiantes, pero también en los docentes y en todos los que transitamos las escuelas por sus pasillos o en sus apps”.
¿Qué pasa con la atención cuando incluimos el uso de estos medios en nuestras prácticas pedagógicas?
En un trabajo que propone un nuevo enfoque, Citton, quien entiende a la atención “como fenómeno esencialmente colectivo”, se pregunta: ¿qué podemos hacer, colectivamente, con respecto a nuestra atención individual y cómo podemos contribuir, individualmente, a una redistribución de nuestra atención colectiva? Cuestiona así la perspectiva que aborda la atención desde el individualismo metodológico, que identifica al “trastorno de déficit de atención” o a la “hiperactividad” como enfermedades, e ignora la aceleración en la comunicación y la sobrecarga de información que se vive socialmente.
“En el marco de la ecología de medios digitales, nuestra atención deviene en un campo de batalla: concebirla de modo individual puede hacernos ‘competitivos’ a riesgo de desvanecernos ante el incandescente resplandor del consumismo”, afirma Benasayag. Por el contrario, “entender la atención de modo colectivo puede generar condiciones de vida compartidas, sostenibles y deseables, al calor de las relaciones comunitarias y de la atención que les prestemos a nuestros otros”, concluye.
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