La Reforma Universitaria de 1918 fue un movimiento social, cultural y político que cuestionó e interpeló los cimientos y las estructuras de la universidad. En ese marco, Alejandra Castro, profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, repasa este hito histórico y las formas en las que puede ser recuperado en la actualidad.

Por Alejandra Castro
La rebelión de 1918, llevada adelante por estudiantes universitarios, es un hecho histórico que no debe restringirse en su lectura o análisis a lo sucedido estrictamente en el espacio universitario, sino más bien reconocerlo como un acontecimiento que cristaliza y es atravesado por los conflictos, los debates y las ideas de su tiempo.
El texto del Manifiesto Liminar, como texto emblemático en el que se despliegan los principales postulados reformistas, es atravesado por posiciones y disputas de aquella época en el marco de las ideas modernas en Latinoamérica, signadas por la tensión entre los discursos libertarios y emancipadores emergentes y las estructuras de poder coloniales y racistas, profundamente arraigadas en gran parte de la sociedad y particularmente hegemónicas en ciertas instituciones como las universidades. En este sentido, la Reforma Universitaria significó su apertura a la sociedad.
Es importante impulsar y realizar relecturas de la herencia del Manifiesto Liminar que superen la concepción de un legado intocable y estático para habilitar su resignificación en los contextos actuales y su traducción permanente por parte de las nuevas generaciones en el marco de los procesos sociales y políticos. Si nos preguntamos por la actualidad y los efectos de la Reforma en nuestro tiempo y espacio, es indispensable desacralizarla, desmitificarla, no quedarnos en una lectura anecdótica o de sus principios fundamentales como un modelo a seguir. Por el contrario, es necesario hacer un ejercicio de pensamiento de relectura que nos posibilite resituar su significación y efectos en el contexto actual.
Es interesante recuperar el legado de la Reforma Universitaria y pensar que uno de los principales aportes a la educación, al sistema educativo y a las escuelas está vinculado a la pregunta por la responsabilidad que implica ser instituciones públicas. Carolina Scotto, exrectora de la Universidad Nacional de Córdoba, expresa esto cuando sostiene que aquel proceso reformista tiene capacidad para continuar estimulando una visión crítica sobre nuestro papel como instituciones públicas y sobre nuestra responsabilidad como ciudadanos en la proyección y el desarrollo de nuestros pueblos.
La potencia que tiene la Reforma Universitaria se constituye en un desafío para las políticas educativas y las prácticas pedagógicas cotidianas en nuestras escuelas, en el sentido de que nos recuerda y nos interpela en la necesidad de formar estudiantes y docentes con capacidad crítica, que aprendan a leer críticamente los escenarios y contextos actuales y contribuyan a la ampliación y concreción del derecho a la educación de todos y todas. Estos desafíos están vinculados a los postulados reformistas de democratización de los estudios y de libertad de pensamiento.
Otro de los legados de los reformistas universitarios que nos posibilita pensar nuestra actualidad es la idea de vinculación entre universidad y sociedad. Esta idea tiene multiplicidad de sentidos. Un sentido posible, y que me interesa plantear acá, es la relación de la universidad con los otros niveles del sistema educativo. Como primera cuestión es necesario decir que la universidad es parte del sistema educativo, aunque muchos -y entre ellos algunos universitarios- sostengan lo contrario y refuercen la representación de que la universidad está desprendida de ese sistema, ubicándola en un estatuto superior. Este tipo de posiciones no contribuyen -más bien nos impiden- pensar en su conjunto los problemas y los desafíos de la educación en nuestro país desde una perspectiva integral.
Es necesario revisar este tipo de pensamientos y posiciones y proponer acciones que favorezcan y profundicen el diálogo y el encuentro entre diferentes niveles del sistema educativo. Es por eso que hay que profundizar, en las agendas de investigación y extensión de nuestras universidades, temáticas que estudien y atiendan a los problemas educativos, a la vez que propiciar experiencias de intercambio entre docentes, estudiantes e instituciones educativas que, además de lo que revitalizan, posibiliten revisar los contenidos de los programas y la formación de los estudiantes universitarios.
En esta misma dirección, pienso que debemos sostener y profundizar la cooperación que existe entre los Institutos de Formación Docente y los profesorados universitarios bajo la premisa de que este trabajo conjunto y consensuado mejora y potencia a ambas partes.
Pienso en lo mucho que tenemos para aportar como universitarios a la construcción de una agenda de temas que socialmente creemos relevantes y en la generación de sus posibles soluciones, ya sea en salud, justicia, educación, vivienda, energía, sustentabilidad y arte, por mencionar algunos. Pienso, también, en lo mucho que aprendemos cada vez que trabajamos con otros sectores, grupos e instituciones y en lo que enriquecemos nuestros programas y proyectos académicos al nutrirlos con lo que sucede en esos intercambios y diálogos.
Se trata de asumir una participación pública comprometida, estar a la altura de nuestro tiempo, lo que implica salirnos de posturas narcisistas y dejarnos conmover por los problemas y dificultades de nuestros compatriotas para cooperar en la construcción de soluciones a esos problemas que son de todos.
Lo que vengo planteando está vinculado a otro de los efectos que, entiendo, podemos recuperar de la Reforma Universitaria: la idea de que los estudiantes universitarios fueron contemporáneos y comprometidos con problemas de su tiempo. Me refiero a que supieron interpretar con inteligencia y audacia el tiempo y el espacio que los rodeaba, supieron leer con sensibilidad lo que pasaba a su alrededor y se hicieron cargo de las ideas más progresistas de su época. En este proceso, se atrevieron a rebelarse, señalando sus diferencias, distancias y discrepancias con el status quo dominante y a proponer cambios y modificaciones para subvertir ese estado de las cosas.
Sobre la autora
Alejandra Castro es profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Se doctoró en Ciencias de la Educación. Ha trabajado en instituciones de los diferentes niveles del sistema educativo provincial y nacional. Sus temas de investigación han sido las políticas públicas educativas y los sentidos construidos por los actores sociales.
Referencias de consulta
Sitio oficial del centenario de la Reforma de la Universidad Nacional de Córdoba: http://centenariodelareforma.unc.edu.ar/.
Blog oficial del centenario de la Reforma por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN): http://www.extension.unicen.edu.ar/web/reforma/la-reforma-universitaria-de-1918-en-argentina/.
Cómo citar a este artículo:
Instituto Superior de Estudios Pedagógicos. (2018). A 100 años del legado de la Reforma Universitaria. Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba.
Momentos destacados de la Reforma
La Reforma Universitaria implicó una búsqueda genuina de democratización de la educación, solicitando la apertura de la universidad a la sociedad y la resignificación del estudiante como protagonista y gestor de cambios que en ella se suscitan. Comenzó a gestarse en 1918. Allí, bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen, el clima que se palpaba en los claustros nacionales era de transformación. En algunas de las cinco universidad nacionales ya se habían formado los primeros centros de estudiantes. Sin embargo, la situación en Córdoba era diferente; en la Universidad Nacional de Córdoba el dominio ejercido por la Iglesia dentro del claustro se traducía en un régimen conservador que reaccionaba activando rápidamente sus mecanismos de censura ante cualquier intento de modificar el control que los sectores clericales ejercían sobre la institución.
Ante ese panorama, un grupo heterogéneo de estudiantes radicales, socialistas, anarquistas y liberales democráticos se unieron en protestas contra el dominio en la universidad. La primera acción del estudiantado cordobés tuvo lugar el 10 de marzo de 1918 con la manifestación en las calles y la conformación del Comité Pro Reforma. Frente a la negativa de las autoridades, el 14 de marzo el Comité declaró la huelga general de los estudiantes por tiempo indeterminado. La adhesión a la misma fue total, imposibilitando el inicio de clases el 1 de abril. Se constituía, allí, el comienzo de la gesta reformista. Por entonces, el gobierno nacional decretó la intervención de la UNC mientras que, simultáneamente, se conformaba en Buenos Aires la Federación Universitaria Argentina con el objetivo de reclamar un amplio ingreso a las universidades y un sistema de gobierno autónomo y tripartito. El 22 de abril se anunció un proyecto de reformas del estatuto de la universidad, abriendo la participación en el gobierno universitario al claustro de profesores. De esta manera, el conflicto se normalizaba temporalmente.
El estallido se iba a producir más tarde, el 15 de junio, cuando en elecciones es nombrado rector de la Universidad Nacional de Córdoba Antonio Nores, representante de la cúpula clerical. La respuesta de los estudiantes no se hizo esperar e irrumpieron en el salón de grado ocasionando la primera gran protesta que significó, a su vez, un claro mensaje: el estudiantado no iba a dar un paso atrás.
Seis días después, el 21 de junio, Deodoro Roca redacta, anónimamente, el Manifiesto Liminar, documento que significó la cristalización de la Reforma. Luego de la publicación del Manifiesto, las turbulencias continuaron con una nueva intervención de la Universidad a cargo del ministro de Instrucción Pública, José Salinas. Los estudiantes reaccionaron radicalizando sus medidas al ocupar la Universidad el 9 de septiembre y asumir las funciones de gobierno: nombraron a dirigentes estudiantiles como decanos de distintas facultades, organizaron actividades curriculares, nombraron profesores, consejeros y empleados. Para entonces, Salinas se vio obligado a atender los reclamos estudiantiles y a decretar la reforma del estatuto universitario, aprobando las consignas del Manifiesto Liminar: docencia libre y el cogobierno paritario, que implicaba la participación de los estudiantes en el gobierno de la universidad en igual número respecto a los profesores titulares y suplentes. Estas medidas se fueron incorporando paulatinamente en el resto de las universidades del país y, para 1921, la Reforma Universitaria regía a nivel nacional. La difusión e influencia del Manifiesto se extendió rápidamente en el resto de Latinoamérica, constituyendo la base de todos los movimientos reformistas posteriores. En Chile, Perú y Cuba, los movimientos reformistas comenzaron en los primeros años de la década de 1920; durante la década de 1930, se sumaron México, Paraguay y Brasil.